“Sobre lo único que enseño es el sufrimiento y el cese del sufrimiento”

– Gautama Buddha

Existe una reveladora noción que explica la diferencia entre el sufrimiento y el dolor.

El sufrimiento se puede acabar, el dolor no.

Pero esto implica una liberación fundamental de todo tipo de atadura, porque la naturaleza del dolor es la impermanencia, es circunstancial, mientras que el sufrimiento, que por definición es optativo, puede ser extendido por toda la vida, si es que no sabemos, si es que no entendemos nuestra colaboración en él.

La primera vez que lo escuché con total claridad, fue durante mi formación como instructora de yoga kundalini.

Podría decir que la principal herramienta de esa formación fue la comprensión profunda de mi humanidad, de lo que me compone no solo a nivel físico, sino mental, emocional y espiritual.

No como normalmente estamos acostumbrados a vivir una formación.

No como libros, charlas y trabajos.

Si no como una experiencia.

Una secuencia de conocimientos que se despiertan desde adentro por medio de la práctica dirigida a la escucha interior.

Es la paradoja de la enseñanza del ser.

No puedes enseñar el contenido de lo que yace dentro de ti, por capas cada vez más profundas.

Solo puedes enseñar a escuchar.

Y cuando esa escucha se afina, como se afina un sentido sutil, como los catadores de vino, o las narices en la casa de perfumes, o el músico experto, o el cocinero de maestría, lo que sucede es que despierta una habilidad, una capacidad de sentir (escuchar) algo que transforma tu universo.

En esa formación, entonces se decía -al tiempo que desarrollabas la escucha-, el dolor es el primer golpe, es la sensación quemante del fuego, lo físico, el impacto, el shock, la reacción inmediata a una experiencia donde ha habido algún tipo de daño.

Pero el dolor en sí no perdura.

Lo que queda, lo que es el desastre, es el sufrimiento.

El sufrimiento nace como una interpretación, como un juicio, una percepción, una constante repetición metal y emocional que te dice: “lo/a he perdido para siempre”, “que tonta eres”, “todos son unos desgraciados”, “el mundo es lo peor”, “todo está mal”, “esto me pasa porque”, “fue tu culpa””etc” En definitiva, es lo que surge como lectura a partir del dolor y que prolonga una visión, sensación, experiencia, dolorosa del mundo.

Por eso se dice. El dolor puede reaparecer, siempre pueden haber circunstancias donde sintamos dolor, pero el sufrimiento, el sufrimiento es opcional.

Realmente integrar esta idea implica que siempre podemos cortar el sufrimiento.

Podemos enseñarnos a interrumpir el circuito de pensamientos que lo sostienen. Adentrarnos a la sensación del ahora, y en última instancia, en compañía de la escucha, experimentar una realidad interna donde no solo, no hay daño, si no que hay paz. Más allá de todo, en el silencio profundo, hay una maravillosa paz.

Pero para eso necesitamos aprender a ir más allá de las capas y saber como cuidarnos de la estridencia y de la tiranía del entorno.

No para robarnos del gozo de vivir, no.

Pero sí para dar un contraste de realidad a todo lo otro que nos rodea y que hoy en día pareciera solo decir que la opción única para la satisfacción es la adquisición de lo nuevo: nuevas cosas, nuevas experiencias, personas, carreras, dineros, drogas, más, más, más.

Adentro no falta nada.

No sobra nada tampoco.

Adentro, muy adentro hay una vastedad a la que solo llegas, curiosamente, en la relajación.

Cuando la mente se calla, cuando en medio del ruido sientes ese zumbido silencioso, que como en el océano tormentoso, se obtiene en la profundidad.

Somos océanos también.

Somos la callada presencia de la profundidad, en una superficie agitada.

Pero tienes que aprender a bucear.

Tienes que aprender a escuchar.

Tienes que aprender del silencio.

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